lunes, 15 de marzo de 2010

EGOS REVUELTOS


Este es el último libro que he terminado, estaba cansado de tanta novela y decidí guarecerme al cobijo de unas memorias que no lo son tanto, un libro que habla sobre literatura y sobre libros y que nos acerca a los principales escritores, unas memorias de un escritor, de un editor, de un periodista y sobre todo y por encima de todo, de un amante de la literatura que gracias a los puestos que ha desempeñado ha tenido y tiene la suerte de conocer a muchos escritores….

Así que en este libro Juan Cruz desnuda sus recuerdos y nos hace partícipes de los egos de todos esos escritores de los que hemos oído hablar, a los que hemos leído en alguna ocasión, un relato que se lee como una novela, un relato que se lee como un poema ya que está bañado por ese lenguaje poético tan típico de Juan Cruz, ese estilo de narrar a través de los recuerdos, de escribir aquello que te dicta la memoria. Porque para Juan Cruz la “memoria” creo que es la responsable de todos sus libros, Juan Cruz escribe desde la memoria y sobre la memoria, porque para Juan Cruz la memoria es el punto de partida de todos sus libros…

Por eso os recomiendo este libro, si estáis cansados de tanta novela, de leer siempre lo mismo, este libro ha nacido y ha recibido el XXII Premio Comillas para todos aquellos que amamos los libros y tenemos esa vena “cotilla” que nos conduce a querer saber más sobre los escritores, sus manías, sus virtudes, su forma de enfrentarse al síndrome de la página en blanco, curiosidades que te hacen disfrutar y sobre todo nos permiten darnos un baño en los egos revueltos que todos estos personajes desbordan, ego que todos en mayor o menor medida tenemos.

Un libro muy recomendado, que me ha gustado mucho, que he devorado en los viajes que me llevan y me traen del trabajo, una memoria literaria narrada por un escritor que tuvo la suerte de vivirla en primera persona, un escritor cuyo estilo me gusta mucho, por no hablar de su faceta periodística, un gran analista político y un hombre que puede decir que vive la vida hasta quedarse sin aire, y no precisamente por ser asmático, que lo es, sino por la intensidad con que lo hace.

Dejemos por un momento tanto best seller y dediquemos también nuestro tiempo a estos libros enriquecedores y muy interesantes que son parte de la literatura.

Después de leer este libro me he dado cuenta hasta que punto la obsesión de Juan Cruz por un libro, un libro del que no puedo hablar porque no he leído pero que gracias a estos egos revueltos puedo decir que lo he puesto en la lista de los próximos libros…

Este libro es “TRES TRISTES TIGRES” de Guillermo Cabrera Infante, ¿alguno de vosotros lo conocéis? ¿Lo habéis leído?

Aquí os dejo de que trata el libro, pero no os dejo con la sinopsis, mejor os dejo con el prólogo del libro, seguro que es más aclaratorio y más enriquecedor….

Prólogo
Sin egos no hay paraíso


Los egos son la materia misma de la escritura. A lo largo de casi cuarenta años de relación con escritores, en el ejercicio del periodismo o en el desarrollo de una actividad cultural suculenta en épocas de transición cultural y literaria, tuve el privilegio de comprobar qué mueve a los autores.

Los mueve la pasión, y los mueve la vocación, pero el motor principal es el ego; no están solos en ello, el ego nos mueve a todos. En el mecanismo de su autoestima desempeñan un papel muy importante los editores; en tiempos más actuales, ese papel ha sido asumido también por los agentes literarios. Cómo no, en esta edificación de los egos desempeña también un papel principal el eco que su producción literaria halla en los medios de comunicación. El ego sin eco no es ego, sino frustración. El escritor busca su foto en los medios, y también la busca el editor: se dice que un libro vale las colum nas que te dedica la prensa, y así lo ve el editor muchas veces: da igual lo que digan del libro, que aparezca, y que sea a toda plana. Los periodistas no saben (no sabemos) la importancia capital que una línea tiene en la autoestima de un escritor. El ego es estimulado por las familias, por el contacto con los lectores, por los autógrafos, por las entrevistas, por la peana que la realidad sitúa debajo de los escritores para que éstos vean su sombra más o menos alargada. Los egos son pacíficos y tiernos o son violentos y mayúsculos, engreídos. Todos son posibles, y aceptables, aunque quienes sufran los embates de los egos se sientan disminuidos ante la tormentosa autoestima de los autores; los editores tienen que asumir esas erupciones de ánimo o de desánimo que vienen de las reacciones satisfechas o decepcionadas de sus autores como un hecho de la vida, no como una desgracia. Si no reaccionaran, probablemente tampoco seguirían escribiendo. Es su motor, su adrenalina. Ningún escritor, ni el más humilde, escapa al avance implacable de su propio ego, que a veces le agarra a él también del cuello y le lanza o le elimina, según la intensidad del eco que alcance la obra en la que puso lo mejor de su esfuerzo. Y si alguien dice que no tiene ego, y he asistido a muchas exhibiciones de esta (falsa) modestia, es que el ego está en algún sitio, y aparecerá, acaso con más violencia que los egos a los que uno ya está acostumbrado. El editor ha de estar dispuesto a esa irrupción; puede estallar de noche, o de madrugada, o al amanecer, y la causa puede ser que el autor no encontró en los grandes almacenes su obra recién publicada, o que alguien le avisó de una fiesta a la que él no fue convocado. El autor discreto de pronto ha sentido la llamada de la selva de su ego y agarra el teléfono, descarga su adrenalina sobre el editor despistado y ya le arruina el día, la semana o el futuro contrato.

Hay que estar preparado para ello, eso aprendí ejerciendo el oficio, y lo aprendí experimentándolo. Un día, muy de madrugada, escuché en casa dos de esas llamadas; un autor se había sentido decepcionado porque en la librería de unos grandes almacenes no estaba su libro, y otro me reprochaba que no hubiera recibido una invitación para ir a una copa navideña de la editorial. Eran los dos mensajes que había en el contestador; Navidad, soledad absoluta, el editor regresa a casa y ése es el bagaje que le ha dejado la despedida del año. Ambas llamadas tuvieron lugar, en efecto, entre el 28 de diciembre y el fin de año de 1996, cuando ya llevaba cuatro años como editor; esas dos quejas sonaron en mi contestador a las dos de la madrugada, a mi regreso de vacaciones. ¿Qué podía hacer? Lo único que hice, aparte de lamentar el olvido y maldecir a los que no repusieron la novela del autor decepcionado, fue quitar el contestador. Para siempre. Pero no podía quitar a los autores, tenía que seguir lidiando con sus egos, que les alimentaban a ellos y alimentaban, sin duda, el catálogo de la editorial.
JUAN CRUZ

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