domingo, 10 de mayo de 2009

EL PASADO SIEMPRE VUELVE


Hace tiempo que comencé a escribir una historia que me rondaba por la cabeza. Sin embargo, el escaso tiempo que tengo y las continuas prisas de la vida, hacen que no le dedique el tiempo que se merece, el tiempo necesario para acabarlo, el tiempo necesario para que las palabras fluyan al ordenador y la historia se desarrolle. Hoy he decidido compartir con todos vosotros esta historia que iré publicando por partes en sucesivos post. La historia no está acabada, solo está empezada y me encantaría que me dijeseis sinceramente que os parece, que seáis críticos, que me deis vuestra opinión…también se aceptan ideas, estaría divertido que esta historia la construyéramos entre todos, ¿por qué derroteros os gustaría que fuera el relato?, la historia está abierta….
Aquí os dejo la primera parte, prometo ir publicando partes sucesivas, así me auto obligo a dedicarle más tiempo….Ojala os guste.


EL PASADO SIEMPRE VUELVE

Aquella fría noche de Diciembre nada hacía sospechar que el destino se iba a interponer ante Raúl haciendo que el pasado recobrase sentido de nuevo. Y es que el pasado no se resigna con ser un puñado de recuerdos encerrados en nuestro corazón bajo los barrotes de la razón sino que aprovecha cualquier oportunidad para transformarse en presente.

El calendario marcaba el primer día del último mes del año y Raúl había quedado con unos amigos para ver la obra Eloísa está debajo de un almendro de Jardiel Poncela que esos días se representaba en el madrileño Teatro Español.
Raúl tenía 27 años, una licenciatura en Biología, un pequeño piso en Moratalaz, un perro y una relación de dos años más basada en la rutina que en el amor y la pasión.
Aquella noche había decidido salir con sus amigos porque una nueva discusión con Julia había acaecido esa misma tarde. Julia ocupaba la vida de Raúl pero no su corazón, compartían rutinas desde hacía tiempo pero no miradas de complicidad y amor. La vida, sus vidas en común, se habían convertido en un frío beso a media tarde, en una sonrisa forzada y en un “hasta mañana” a la medianoche. Sus cuerpos apenas se rozaban, cada vez hacían menos el amor, se evitaban siempre que podían, pero aún así, se empeñaban en disfrazar a la mentira y a la farsa con la capa cálida del amor.

Raúl decidió ir con bastante tiempo al teatro para sacar las entradas porque temía que se agotaran, por nada del mundo quería perderse su obra de teatro favorita.
Al llegar al teatro una larga fila de personas ocupaban las taquillas. La algarabía y el bullicio de la Plaza de Santa Ana consiguieron que Raúl olvidara por un instante los dardos venenosos que él y Julia se habían lanzado aquella tarde fría y desapacible cuando los reproches se hicieron patentes.

Pero la vida es maravillosamente sorprendente y Diciembre escondía bajo su manto de frío, tristeza y soledad una sonrisa calida y cómplice para Raúl, una razón para pensar que todo lo malo trae consigo algo bueno, que todo pasa por algún motivo y que el único destino es el presente y la certeza del pasado. Ese pasado que siempre se resiste a morir en el olvido, ese pasado que ahora estaba a punto de convertirse en presente.

La perplejidad se personificó en el rostro de Raúl cuando pudo comprobar que aquella chica que estaba delante de él, a escasos centímetros, era sin duda ella, que aquella chica no podía dejar de ser ella, que aquella chica era sin duda la certeza del pasado con el nombre de Claudia.
Había pasado mucho tiempo pero en cuanto la vio supo que era ella, no había cambiado nada aunque el calendario de la ausencia le recordara que habían transcurrido diez años desde la última vez que se vieron, aquella tarde calurosa de 1998 en la que Claudia había decidido poner fin a su relación amparándose en el engaño a si misma y con la complicidad de una mudanza.

A lo largo de la vida, los recuerdos, sin motivo aparente, se agolpan en nuestra cabeza y nos torturan mostrándonos la equivocación de alguna de nuestras decisiones. Claudia jamás había dejado de torturarse al recordar aquella mudanza.

Raúl había nacido en Madrid hacía 27 años y desde entonces vivía en Moratalaz. Su infancia discurrió sin ningún sobresalto, rodeado de amigos, de tardes de fútbol, de carreras infinitas, de carcajadas sin sentido pero que te hacían sentir como un potro salvaje, libre, feliz y con toda la vida por delante.
La libertad, en este caso, venía reflejada por unos simples colores que te hacían sentir único y especial: el verde de la hierba en los pantalones, el negro de los codos, el rojo del sol sobre tu rostro, el azul de tu lengua al probar una nueva chuche y el morado de tus rodillas.
Raúl había sido feliz porque, siempre le gustaba presumir de ello, había sentido cada uno de estos colores en su piel, los colores de la felicidad.

Claudia llegó a Moratalaz a los 16 años procedente de un estricto colegio de monjas. Claudia no conocía los colores de la felicidad, pero aún así, tuvo una infancia feliz o eso es lo que a ella siempre le gustaba creer. Su padre era profesor de historia y ese año comenzaba a dar clases en un nuevo instituto, lo que había provocado que toda la familia se trasladase a un pequeño piso próximo al de Raúl.

Aquí comienza el origen de nuestra historia, en un instituto, aunque… ¿no habíamos quedado que el origen de esta historia surge en la cola de un teatro? Eso da igual porque el pasado se había convertido en presente y el presente se estaba alimentando del pasado….

CONTINUARÁ….



2 comentarios:

Rocío dijo...

Bueno, es pronto para "hacer una crítica", pero para empezar me gusta que el barrio sea Moratalaz jeje.

Y me molaria que fuera una novela policiaca o algo así, aunque tenga más pinta de historia de amor...bueno, iremos viendolo.

Ana dijo...

Nos has dejado con la miel en los labios, así que ya sabes, espero que haya entregas cada poco tiempo (jeje).
De momento tiene buena pinta la historia, así que estaré espectante de ver cómo sigue...

Estoy de acuerdo con Rocío en que es pronto para hacer críticas. Pero... en próximas entregas ya las haremos.

Si es que es lo que te digo yo, tienes que escribir un libro, porque el que vale, vale. Y tú en esto de escribir tienes algo especial.